Milei sueña con la réplica argentina de la vía chilena a la
economía abierta, con una especie de pinochetismo civil destinado a abrir de
par en par las puertas de la libertad y el progreso. Pero ¿será posible?
¿Deseable, oportuno, correcto? ¿O la forma cambia el contenido, el contenido
debe adaptarse a la forma? Lo que se hace en una dictadura no se puede hacer
igual en una democracia, lo que es fácil con un Parlamento cerrado y una prensa
censurada, unas cárceles atiborradas y unos sindicatos reprimidos no lo es
donde la sociedad es abierta. Así de simple.
Esta sociedad
(Milei-Sindicatos) se funda en la necesidad imperiosa para resolver el
dilema del liberalismo argentino, “el mandato imposible”:
trasplantado en un terreno árido, criado en un medio hostil, voz débil en medio
del denso océano del orden corporativo y confesional con que papas y reyes
habían moldeado al “pueblo” e inhibido el nacimiento del ciudadano, el
liberalismo latino se abrió a menudo paso a machetazos, utilizó al Estado
para imponer la libertad a las patadas, el progreso por la fuerza. ¿Cómo
hacerlo si no, cómo evitar las tácticas de mano dura y los métodos autoritarios
para desquiciar la coraza de la cristiandad contrarreformista? Quizás la
respuesta sea muy sencilla, aliándose con la “fuerza bruta”, la “Guardia
Pretoriana”, el brazo violento de la “Casta Sindical”.
La sociedad argentina debe elegir la senda de la institucionalidad y el respeto
a la Constitución. El positivismo sacrificaba la política a la
economía, la imperfección de la historia a la perfección de la ciencia, la
ignorancia del pueblo a la cultura de los sabios, el caos de la vida al orden
del laboratorio. Se entiende así que aquel liberalismo tuviera problemas con la
democracia, que se peleara con sus rituales, que le costara ganarse los
corazones y las mentes del “pueblo”. De hecho, prosperó mientras la política
fue política de pocos y se desvaneció cuando la política se convirtió en
política de todos.
La gran ilusión de las elites liberales positivistas se derrumbó entonces como
un castillo de naipes, los “bárbaros” irrumpieron en el laboratorio arrasando
sus instrumentos y muebles, la resaca nacional-popular lo inundó todo: fascismo
y peronismo, franquismo y varguismo, cardenismo y salazarismo consumaron la
revancha del viejo orden corporativo, del viejo sueño confesional, el retorno
de Dios, patria y pueblo.
Milei, más poseído que profeta, aprendiz de caudillo, lector dogmático,
importador de torpes liturgias plebiscitarias, el honrado y la casta, el puro y
“los zurdos”, el bueno y el malo, entre coros de estadio y consignas de bar,
una ofensa al buen gusto y a la inteligencia.
El liberalismo
mileísta no es heredero del humanismo sarmientino o alberdiano: es heredero del
positivismo autocrático, del liberalismo predemocrático. De ahí la tentación de
reivindicar las dictaduras “liberales”. Puede que gane las elecciones, no lo
sé. Pero si cree que de repente ha convertido al “pueblo” a la libertad, a su
idea de libertad, se engaña a sí mismo. Repito: no hay atajos. Un día llamarán a su timbre y no le traerán buenas noticias: héroe
hoy, villano mañana.
Fuente:
Loris Zanatta
La Nación