En los mapas muy antiguos suele haber áreas denominadas “terra incognita”. Tierra desconocida. Es el modo en que los cartógrafos se referían a zonas a las que todavía no había llegado explorador alguno. La Argentina ingresó ayer en una geografía de ese tipo. Con el contundente triunfo de Javier Milei sobre Sergio Massa, el país comenzó a caminar por una vía que jamás se transitó. Se corroboró lo que se venía vislumbrando desde, por lo menos, las elecciones de 2021: comenzó otra época.
La victoria de Milei desbordó las previsiones de todas las encuestas. Es el éxito de un candidato sin estructura, que se constituyó en figura pública hace no mucho más de cinco años defendiendo ideas ultraliberales y que, desde entonces, recorrió el país restaurando la consigna “que se vayan todos”. El logro de Milei va mucho más allá de la derrota de Massa. Al cabo de cuatro décadas de experiencia democrática, el resultado de anoche interpela, o debería interpelar, a toda la clase política. Porque antes de vencer al peronismo, La Libertad Avanza se había impuesto sobre Juntos por el Cambio. Las razones pueden ser numerosas. Entre ellas está, sin duda, un estancamiento económico que se expresa en crisis recurrentes y que ha deteriorado sin cesar el perfil sociolaboral de los votantes. Más allá de los diagnósticos, hay un signo de este tiempo: lo que explica la marcha de más de la mitad del electorado hacia lo desconocido, es el repudio a lo conocido.
Milei consiguió, en este contexto deprimente, encender la chispa de la representación en una amplia franja de la ciudadanía. No se dedicó a explicar a esos votantes qué él sabía lo mal que se sentían. Prefirió hablar, gritar, insultar, gesticular, como alguien que se siente como ellos. Supo conectar con un clima de época y, en una operación típica del impulso populista, capturó el desasosiego del público para redireccionarlo hacia la dirigencia. Hacia lo que él llamó, repitiendo una palabra que expresó tanto al fascismo de Benito Mussolini como a Podemos, de Pablo Iglesias, casta.
El nuevo presidente obtuvo una ventaja sobre su rival que sorprendió aun a los encuestadores más certeros. Un desenlace que venía prefigurado por la caudalosa participación que se registró durante todo el día. Massa necesitaba mayores niveles de ausentismo, más turismo por el fin de semana largo, para que aumentara el peso relativo del aparato del PJ. Pero su diferencia frente a Milei fue superior a la esperada. 55,70% contra 44,30%: más de 11 puntos de diferencia. Federico Aurelio había previsto 6; Poliarquía, 5; Isonomía, 3; Marcelo Escolar, 3. Este último pronóstico es revelador: Escolar es socio de Sebastián Galmarini, el cuñado de Massa. Un aplauso a la objetividad.
Al cabo de cuatro décadas de experiencia democrática, el resultado de anoche interpela, o debería interpelar, a toda la clase política. Porque antes de vencer al peronismo, La Libertad Avanza se había impuesto sobre Juntos por el Cambio
Los motivos de este resultado hunden sus raíces en un malestar de muchos años, que llevaba a una parte muy amplia de la ciudadanía a pretender un cambio profundo, general, que la sacara de la angustia, de una vida sin futuro. Para ese grupo, “casta” es más que clase política: es todo lo que huela a poder, a gravitación social, a establishment. Para dar respuesta a este clima de época la campaña de Massa no fue buena. Tuvo, sí, un marketing correcto, diseñado por el brasileño Otavio Antunes y el catalán Antoni Gutiérrez Rubí. Pero el mensaje de Massa fue muchísimo más amplio. Incluyó la manipulación procaz de recursos del Estado para un proselitismo caudillesco, apeló a operaciones de espionaje, y sometió a Milei a un mal trato que acaso profundizó identificación de un electorado atormentado con la candidatura opositora. La manifestación más lograda de ese estilo fue la aparición del intendente Gastón Granados como jefe de una barra brava para impedir un acto de La Libertad Avanza en Ezeiza. Massa no debería estar agradecido a ese cajón de Herminio que desnudó quiénes son la “casta”. Consciente de que ya no podía sumar votos positivos para su candidato, el oficialismo apeló a sembrar miedo con un bullying acaso sólo superado por el que se destinó a Alberto Fernández, víctima del “Ahora tenemos con quién”.
La estrategia central fue demostrar que Milei está loco. Pero toda la secuencia electoral parece dar la razón a William Shakespeare: hay una lógica detrás de esa locura. Debajo de los arrebatos y la intemperancia asoma un maquiavelismo inteligente. El presidente electo utilizó primero a Massa, con quien se financió, contra Juntos por el Cambio, es decir, contra Mauricio Macri y Patricia Bullrich. Y después se sirvió de Macri y Bullrich para aplastar a Massa. Tan outsider no parece.
A partir de ahora la agenda de Milei deberá ser modificada. Hubo un indicio anoche. Sus feligreses cantaban “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Pero el líder les aclaró que “todos los que se plieguen a las ideas de la libertad serán bienvenidos, vengan de donde vengan”. Entendido: “casta” serán, en adelante, los que obstruyan o se opongan. Es una generosidad virtuosa y perspicaz. Ahora Milei debe construir una masa crítica que le facilite la gobernabilidad. Los votos propios con los que llega a la Casa Rosada corresponden a aquel 30% de la elección general. El 26% restante, que se agregó en el segundo turno, es prestado. Muchos pertenecen a electores que, más que adherir a su proyecto, rechazaron el de Massa. Es un aspecto que deberían tener en cuenta quienes, dentro y fuera del país, quieran interpretar que el de ayer fue el triunfo mayoritario de una derecha ideológica.
Para la constitución de esa nueva plataforma el nuevo presidente cuenta con un cuarteto muy cercano. Allí está su simbiótica hermana Karina, el estratega de campaña Santiago Caputo, el futuro jefe de Gabinete Nicolás Posse, y quien fue nominado como ministro del Interior, Guillermo Francos. Con ellos Milei analizó anteayer a la tarde, por más de dos horas, en el hotel Libertador, el escenario que se abriría con la victoria. Un polo de influencia, ajeno a esta cofradía, lo ocupa la vicepresidenta Victoria Villarruel, sobre todo en el área de Seguridad y de Defensa. Más allá están los aliados del Pro, con Macri y Bullrich en discreta competencia.
El establecimiento de un área de cooperación que permita administrar una realidad endemoniada será secuencial. Y tiene un eje principal en el peronismo. El ensayo comenzó ayer, cuando Massa anunció que le indicó al Presidente, casi que le dio instrucciones, para que comparta información con el nuevo gabinete. Después soltó una frase envenenada: “A partir de ahora la responsabilidad es del gobierno electo”. Anoche Economía debió desmentir la versión de su renuncia. Uno de los pocos graciosos que rodean al candidato triunfador, bromeó en voz alta: “Sergio, entiendo que te sentiste rechazado. Pero al rechazo hay que abrazarlo”. Fue la receta que Massa ofreció a Milei en el último debate, para que supere una frustración, nunca confesada, porque no le renovaron una pasantía en el Banco Central. La pasantía en este chiste sería el resultado electoral. Banalidades. Lo importante es que Milei respondió durante su discurso: hasta el 10 de diciembre el responsable de todo lo que suceda es el Gobierno. Si fuera por Massa, el único contacto en estas semanas debería ser con el secretario de Hacienda, Raúl Rigo. Lo mínimo indispensable.
Anoche se especulaba con un pedido de licencia de Massa. Sería la derivación de una tensión insoportable con el Presidente, por los reproches cruzados acerca de la responsabilidad de la derrota. Los Massa atravesaban anoche una pesadilla emocional una de cuyas manifestaciones era el trajín de la cuenta de Malena Galmarini en X, el viejo Twitter.
Esa esgrima fue ocasional. Milei y su equipo han decidido sacar de la penumbra a Alberto Fernández y convertirlo, como corresponde, en la contraparte de la transición. Anoche ambos hablaron por teléfono y pactaron una reunión para hoy. Mediaron Francos y Juan Pablo Cafiero. La gestión habría enfurecido a Massa. A Fernández no le sorprendió el enfoque. La noche del sábado se lo había adelantado el diputado Eduardo Valdés, durante la comida, en Olivos. Valdés tiene un viejo vínculo con Francos y con otro dirigente muy próximo a Milei: el demócrata de Mendoza Carlos Balter. Hay, además, otra vía de contacto: la que opera Daniel Scioli, frustrado candidato de Fernández y embajador en Brasil. Recordatorio: Francos fue presidente del Banco Provincia durante la gobernación de Scioli. Se están abriendo túneles.
A partir de ahora la agenda de Milei deberá ser modificada. Hubo un indicio anoche. Sus feligreses cantaban “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Pero el líder les aclaró que “todos los que se plieguen a las ideas de la libertad serán bienvenidos, vengan de donde vengan”
El destino de la guerra no depende del número de soldados sino de las fuerzas del cielo. Milei repitió anoche ese aforismo. Sin embargo, la gestión legislativa está ligada a las desalmadas matemáticas. La Libertad Avanza controla 8 senadurías y 38 diputaciones. Significa que para gobernar acaso deba postergar algunas de las promesas formuladas a sus fieles para pactar con gente ajena. Esa necesidad convivirá con otra: el nuevo presidente intentará desmentir cualquier fantasía de apadrinamiento. Cuestión clave en el vínculo con Macri.
Esta compleja operación requiere buscar una coalición parlamentaria. Es muy posible que Milei ponga en primer plano la relación con el peronismo, antes que con Juntos por el Cambio. Una señal reveladora será la elección del presidente de la Cámara de Diputados. ¿Será un hombre propio como Martín Menem? ¿Aceptará, como sueña Macri, a Cristian Ritondo? En el entorno del nuevo presidente analizan una tercera opción: pactar con Florencio Randazzo y, a través de él, con Juan Schiaretti. Allí hay 1.800.000 votos de la elección general. Además de la ecuación cordobesa: 75% de las preferencias fueron para Milei, algo de lo que ha tomado nota Martín Llaryora, el sucesor de Schiaretti. La jugada por la presidencia de la Cámara baja despejaría una incógnita importante: a quién reconocerá el nuevo gobierno como interlocutor principal del peronismo.
Esta negociación debe ser vista a contraluz de otro fenómeno: de regreso al rol opositor, Cristina Kirchner querrá de nuevo liderar a un sector mayoritario del PJ. Ella computa como propios a 106 diputados y a casi todo el bloque de senadores. Además, tiene un área de repliegue en la provincia de Buenos Aires, donde Axel Kicillof retuvo la corona. Anoche habrán tomado en cuenta este fenómeno: Milei ganó en casi todo ese distrito, salvo en el sufrido conurbano. Pero se impuso en muchas comunas gobernadas por La Cámpora. Un pormenor que amargó más la mala noche de los Massa: en Tigre ganó Milei por 52% contra 48% del ministro de Economía. El rechazo más difícil de abrazar.
Hay otros resultados a observar. Gerardo Zamora que hizo arrasar a Massa en Santiago del Estero. Le fue bien: es el gobernador más enemistado con Milei. Ricardo Quintela, de La Rioja, donde el peronismo ganó por menos diferencia: 54% a 46%. A propósito: ¿Ya renunció Quintela? Es lo que había prometido si ganaba Milei.
El nuevo presidente debe despejar una incógnita crucial de su esquema de poder: quiénes serán sus colaboradores. Posse será el jefe de Gabinete. Francos irá a Interior. Diana Mondino a Cancillería. Sandra Pettovello a Capital Humano, acompañada de Miguel Ángel Ponte, quien secundó en su momento a Jorge Triaca, en Trabajo. ¿Seguridad? Indefinido. Es un área estratégica, sobre todo para un gobierno cuyo titular dijo anoche que caerá todo el peso de la ley sobre quienes utilicen la violencia para resistir. Aquí la gestión deberá comenzar por un mea culpa: la acusación, derivada del controvertido apoderado Santiago Viola, contra la Gendarmería, a quien se acusó de hacer fraude.
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