Una vez más, la Argentina transita por el vertiginoso vaivén entre el pasado que no se quiere ir y el presente que no se despeja para reinstalar un inquietante clima de tensión política. Es el regreso de expresiones de intolerancia y violencia que ya se creían superadas.
La repudiable e inexplicada carta explosiva dirigida al titular de la Sociedad Rural, Nicolás Pino, resulta el extremo más inquietante de una semana en la que abundaron conflictos, con el agravante de que el presidente Javier Milei, lejos de hacer un aporte a la paz social y a la distensión, se ocupó de fogonear disputas.
La noticia del atentado contra el dirigente ruralista de estrecha relación con el Presidente sacudió a la opinión pública cuando aún no habían pasado 24 horas de los serios incidentes ocurridos en la manifestación frente al Congreso en rechazo al veto a la ley de aumento de la jubilaciones.
El enfrentamiento entre fuerzas de seguridad y manifestantes, que dejó varios heridos, hizo caer la sesión de la Cámara de Diputados en la que estaba haciendo su demorado informe obligatorio el jefe de Gabinete, Guillermo Francos. No había ocurrido en otras ocasiones
Sin embargo, ahí no se cierra la alocada secuencia semanal, que había empezado con un raid presidencial contra pilares de la libertad de prensa. Primero, fue una nueva embestida, durante una entrevista en LN+, con insultos y graves acusaciones infundadas, de Milei a periodistas y propietarios de medios (entre ellos LA NACION) por haber informado y haber criticado sobre aspectos cuestionables de la postulación del juez Ariel Lijo para integrar la Corte Suprema de Justicia.
A eso le siguió, en la misma entrevista, la revelación de la pretensión presidencial de imponer restricciones y nuevas obligaciones a la prensa para poder hacerle preguntas, que incluyó la explicitación del deseo del primer magistrado de que los periodistas sean expuestos al “escarnio público”.
Pocas horas después, se conoció la publicación de un decreto reglamentario de la ley de acceso a la información que redefine restrictivamente el concepto de información pública y otorga más discrecionalidad a los funcionarios para negar datos requeridos al Estado, lo que es considerado inconstitucional por una amplia mayoría de especialistas.
La enumeración sería más que suficiente para conformar un escenario de crispación que no parece condecirse con el presente de un país en el que la administración nacional está en manos del “mejor gobierno de la historia argentina”, según la autoevaluación que hizo ayer el jefe del Estado, en la cumbre hispano-argentina de la nueva derecha, realizada ayer en el ex-CCK, renombrado Palacio de la Libertad.
Allí, rodeado del líder del partido ulraderechista español Vox Santiago Abascal, Milei repitió insultos a sus contradictores, a los que calificó (una vez más) de “ratas inmundas, fracasadas y lilliputienses domésticas”.
El invitado extranjero, en tanto, reinstauró la polarizante lógica amigo-enemigo como herramienta de construcción política. La misma que practicó su denostada izquierda populista,
Para completar la preocupante secuencia, reapareció desde el subsuelo de la historia reciente (sin saber quién lo llamó) Mario Firmenich, el exjefe de la guerrilla montonera, condenado por la Justicia e indultado por Carlos Menem.
El exjefe guerrillero hizo su regreso desde el campo de batalla de las redes sociales para invitar a una charla destinada a convocar a los jóvenes a plantearse si subsisten o no las condiciones estructurales socioeconómicas que, a su entender, justificaron y justifican la conformación de la organización armada que comandó. Un festival de fantasmas.
Esa extraña reaparición pública, unida a la explotación por parte del oficialismo del atentado contra el presidente de la Sociedad Rural para justificar la asignación de los 100.000 millones de pesos en fondos de uso reservados para la SIDE, enrareció más el ambiente.
Los siempre creativos agentes de inteligencia y los equipos de propaganda oficialista seguramente no serían capaces de pergeñar una puesta en escena tan escalofriante. Resultaría demasiado exagerado. De allí el grado de consternación y confusión que provocó esa sucesión de hechos en la dirigencia y en la opinión pública.
Difícil resultaría explicarle a un extranjero que acaba de llegar al país sin mucha información previa lo que está sucediendo. Más aún si el visitante solo intentara comprenderlo viendo y escuchando al presidente de la Nación proclamar los logros del “mejor gobierno de la historia”, que incluyen el indiscutible sendero descendente de la inflación y el sostenido equilibrio fiscal.
La crispación instalada en esta semana asomaría en ese observador como una fuerte disonancia cognitiva. Solo quedaría decirle “es la Argentina, no la entenderías”.
Más curioso resulta este clima de tensión cuando las encuestas muestran que el Presidente, su gobierno, la vicepresidenta Victoria Villarruel y algunos colaboradores, como la ministra Patricia Bullrich, siguen encabezando con comodidad las encuestas de imagen y aprobación, mientras la dirigencia opositora tiene ratios de imagen negativa neta.
La aparente paradoja resultaría una demostración cabal de que realidad no es unidimensional y, sobre todo, de que esa multiplicidad de planos le esté resultando al Gobierno tan difícil de comprender como de administrar.
La intención inicial de sobreponerse a la debilidad parlamentaria y la ausencia de gobiernos provinciales propios contraponiendo la legitimidad de origen y la popularidad en las encuestas han vuelto a encontrar sus rígidos límites. Ya no aparecen las palabras plebiscito ni referéndum en el diccionario oficialista.
Si la economía se desenvolviera de manera tan promisoria como pregona el Gobierno, en esa dimensión política debería buscarse una explicación para la nueva ola de intolerancia que emana de lo más alto del poder político.
La crispación se ha expresado de manera inocultable en los intentos de acotar el acceso a la información pública, la virulenta agresión a los contradictores, la cerrada defensa de la candidatura del juez federal más cuestionado para integrar la Corte Suprema o la descalificación a los legisladores que aprueban leyes que pueden afectar la sustentabilidad de la política económica, como son el aumento de los haberes jubilatorios y la asignación de fondos para las universidades nacionales.
Sin embargo, son muchos los economistas que vuelven a manifestar dudas o a instalar advertencias, como lo acaba de hacer Domingo Cavallo, sobre los riesgos que se ciernen. Sobre todo, en la medida en que el Gobierno no aborda algunas inconsistencias y sigue postergando medidas para acumular reservas y salir del cepo, a la espera de un ingreso de divisas que continúa dilatándose.
No obstante, no todas han sido malas noticias las que ha recibido esta semana el Gobierno en el terreno político. En el Congreso consiguió postergar algunas amenazas que podían complicarlo aún más. No terminó de despejar el horizonte, pero con la ayuda de la denostada Villarruel y, especialmente, del nuevamente empoderado Guillermo Francos (después de algunas semanas relegado) consiguió ganar tiempo. Como con la economía. La cronoterapia vuelve a imponerse como el mejor remedio.
El oficialismo no logró que se tratara en el Senado la reforma electoral para sancionar la boleta única de papel, pero evitó que se aprobara el fondo de financiamiento universitario.
También consiguió evitar que se rechazara definitivamente el DNU que le asignaba los cuestionados fondos reservados a la SIDE. Sobre este asunto ahora buscará apalancarse para mantener la asignación el estado de zozobra sobre la seguridad que (casualmente) acaba de instalarse luego del atentado contra Pino. Y, por qué no, con la insólita reaparición el fantasma de Firmenich. Oportunas ayudas. Tal vez de las fuerzas del cielo.
Al mismo tiempo, avanzaron las gestiones desde el Ministerio del Interior con el objetivo de descomponer la mayoría especial que se había gestado en la Cámara de Diputados para imponer el aumento y la forma de calcular la actualización de los haberes jubilatorios.
Un persuasivo diálogo sobre todo con gobernadores radicales estaría diezmando el número de diputados necesario para rechazar el veto presidencial a esa ley.
El jefe del bloque de la UCR, Rodrigo de Loredo, estaría teniendo apenas un poco más de poder de convencimiento sobre sus legisladores que su par de la Cámara alta, Martín Lousteau. La disciplina partidaria no pasa por su mejor momento. Lo mismo que el liderazgo. Si hay crisis, que se note.
Los beneficios que le reporta al Gobierno la inconsistencia mostrada por a casi toda la oposición, cuyos bloques son atravesados por múltiples posturas diferentes, se neutralizan rápidamente. Los entuertos y escándalos que protagonizan los legisladores de La Libertad Avanza se encargan de la compensación. La expresión “bloque oficialista” para hablar de la bancada libertaria es un auténtico oxímoron.
La disputa pública entre las diputadas Lilia Lemoine y Marcela Pagano, que aporta suculento material diario para los programas de chimentos, adquirió tanto impacto que ya desplazó a las que tuvieron por protagonistas a los expulsados Francisco Paoltroni, de la bancada senatorial, y a Lourdes Arrieta, de Diputados. Un escándalo desplaza al otro, como fotos de Instagram. La lógica de las redes sociales se impone.
Como si eso no alcanzara, llegó el sincericidio del presidente provisional del Senado, Bartolomé Abdala, con el reconocimiento de que parte de sus asesores no cumplen la función para la que les abona el Congreso, sino que trabajan a distancia, pero para construir su candidatura a gobernador de San Luis.
Como una revelación trae a la otra, salió a la luz la gran cantidad de colaboradores rentados por el Estado con la que cuentan todos sus pares libertarios. Ajuste y casta no serían vocablos del diccionario mileísta que sus legisladores hubieran terminado incorporando a su léxico. Ni a su praxis. Un golpe al corazón del relato.
La capacidad de sorpresa nunca se agota. A sus ya habituales singularidades, la Argentina mileísta le acaba de sumar una semana de tensión extrema y expresiones de una violencia que se creía superada. Preocupante.