Cambiaron las cosas y todos lo saben. Y en este nuevo paradigma todavía no hay una gimnasia clara como para moverse en un tablero de ajedrez que hasta parece redondo. El paro de dos gremios que tienen representación en Aerolíneas Argentinas ha dejado expuesto estas nuevas escenas en el teatro aerocomercial.
La primera, claro está, es que no hay una administración dispuesta a usar la billetera del Tesoro como matafuego.
La segunda es que efectivamente en este 2024 hay un atraso salarial respecto de la inflación, a diferencia de otras veces en las que los sueldos no se quedaban atrás, sino que le ganaban con recomposiciones y con acuerdos de beneficios no salariales. A los empleados de la empresa les aplicaron la paritaria estatal y esto cayó como plomo en los gremios, acostumbrados a sentarse en mullidos sillones y acordar por fuera de cualquier tipo de regla establecida por sindicatos colegas.
Pero no es todo, además se empieza a ver una división en el pétreo frente que compusieron por años los cinco sindicatos que están en la empresa y, finalmente, parece no haber más paciencia en los pasajeros que llenan los halls de los aeropuertos con críticas más fuertes hacia las organizaciones que a los ejecutivos de la empresa.
Esta vez, los gremios no están alineados. Los que fueron al paro son los dos que tienen entre sus afiliados a los empleados de vuelo. Los pilotos, agrupados en APLA y comandados por el combativo Pablo Biró, y los aeronavegantes (AAA) con la conducción de Juan Pablo Brey, líderes de las asambleas de la semana pasada, avisaron el martes que hoy sería un día de acción directa. Pero mientras ellos paran, los afiliados a APA (personal aeronáutico) y UPSA (personal superior) ponen su cara en una suerte de trincheras de atención y contención que se dan en los mostradores de la empresa. Los empleados que tratan a los pasajeros en tierra, además, están lejos de los privilegios de los que trabajan sobre los aviones. Aquellos van en combis o por su cuenta; estos, en remises que los traen y los llevan. Los sueldos son incomparables.
La situación ya llevó a una fuerte interna gremial entre unos y otros. De hecho, saben que a media tarde, cuando se empiece a recuperar el servicio, los empleados que reciban a los pasajeros en los aviones, pues se llevarán las sonrisas de los viajeros, mientras que los de mostrador, volverán a sus papeles secundarios.
Semejante situación ya empezó a despertar un fuerte malestar entre los gremios, que muchas veces actuaron juntos y coincidieron en todas las medidas de protesta. De hecho, UPSA ya está cerca de llegar a un acuerdo salarial, y sumarse así al quinto gremio, APTA (técnicos), que ya firmaron y de la mano de Ricardo Cirielli, permanecieron ajenos al conflicto.
Hay una cuestión más que se suma. Desde que empezaron las medidas de fuerza, la gestión de Aerolíneas de Fabián Lombardo anunció que descontaría del sueldo las horas o los días no trabajados por las asambleas. Según la empresa, el descuento varía entre 50.000 y 150.000 pesos por día, de acuerdo al sueldo de cada empleado. Ahora bien, los dos gremios que hoy fueron al paro, pilotos y aeronavegantes, gremios poderosos y con buenos ahorros, decidieron compensar a sus afiliados en caso de que la línea aérea liquide algún descuento. Es decir, no hay dolor de bolsillo por no trabajar para ellos.
Como se dijo, es verdad que esta vez los sueldos quedaron detrás de la inflación, al igual que tantos en el mercado laboral de los últimos tiempos. Entonces, empezó la gimnasia de la amenaza del paro, el amague, la negociación y la billetera estatal a cambio de pax aérea. Sucede que esta administración no endosó el pedido de aumento de gastos al Tesoro, como era la cronología de la gran mayoría de los últimos años. No hubo ni pedido ni autorización de aumentos de subsidios para que los vuelos despeguen. Los dejaron correr al paro y de paso, apareció otro nuevo componente: la exposición ante los ciudadanos.
El humor de los pasajeros se hizo notar. En los halls de los aeropuertos los gremios fueron los apuntados por la mayoría de las quejas, algo similar a lo que pasó allá en enero cuando los maquinistas ferroviarios pararon los trenes y quedaron en a vidriera ante una sociedad que ya no digiere estas cuestiones y hasta califica las acciones como extorsivas.
Como se dijo, es verdad que la inflación le ganó a los sueldos. Pero no menos cierto es que los empleados de la empresa jamás tomaron conciencia de que trabajan en una compañía que da pérdidas y que necesitó cerca de 10.000 millones de dólares de auxilio de fondos públicos desde que fue privatizada. Solo esa particularidad llevaría la discusión a otro estado. Son los propios departamentos de prensa de los gremios los que envían a los medios información del “sueldo” de un piloto de Aerolíneas Argentina y lo comparan con sus colegas de Jetsmart y de Flybondi. La nominalidad los deja por abajo, pero claro, omiten describir beneficios adicionales y horas de vuelo. Los primeros son incomparables y el tiempo que trabaja cada uno, pues en muchos casos no llega ni a la mitad.
A todo este panorama se suma un asunto que es el telón de fondo del asunto: los planes del actual gobierno para la compañía. Si bien la ley Bases estableció un cerrojo respecto del futuro, que impide venderla total o parcialmente, la nominalidad de los diputados y senadores al redactar la norma pasó por alto que se puede hacer cualquier cosa, menos venderla. Reducirla a cero no se puede, pero sí a uno.
La discusión de fondo está lejos de zanjarse, aunque se acuerde una solución salarial. Los gremios nunca admitieron que son sindicalistas de una empresa que jamás se comportó como una competidora pura del sector privado. Siempre pretendieron condiciones que son un privilegio en un mercado de capital intensivo y poca rentabilidad. De hecho, esas cláusulas que firmó la lapicera boba subsidiada de las gestiones camporistas de Mariano Recalde y Luis Ceriani terminaron por hacerle inviable el negocio a Latam, que abandonó la operación local pasada la pandemia. Y más aún: Jetsmart y Flybondi viven gracias a un respirador artificial que les colocó la gestión de Mauricio Macri al permitirles crear sindicatos de empresa.
Lombardo encabeza lo que se podría definir como una administración racional, cruzada en todas sus decisiones por el “dos más dos” de cualquier negocio: no perder plata. Esa cuenta básica se choca de frente con el paradigma que imperó desde julio de 2008, cuando pasó a manos del Estado. Lo que viene ahora ya necesita autorizaciones de segundo grado, es decir, el compromiso político de sostener a una gestión que irremediablemente irá de conflicto en conflicto si se mantiene el camino, al menos hasta que se escriba un nuevo “manual de uso”. Por ahora, todo es incertidumbre. Jugar al ajedrez en un tablero redondo.