Como si fuera la conclusión de formales siete días de luto, el perokirchnerismo tiene toda su energía puesta en dar el miércoles el adiós a la libertad de Cristina Kirchner con un acto masivo de apoyo en Comodoro Py (o donde sea). Aspiran a que sea más multitudinario que el de hace nueve años, cuando la expresidenta se presentó en esos tribunales, y apuestan a que sea más un principio que un final, pero carecen de demasiadas certezas.
En principio, son demasiadas las versiones que indican que la expresidenta condenada no tendría que presentarse en los tribunales de Retiro para ser notificada de las condiciones de su prisión domiciliaria y cumplir el resto de los aspectos formales para que empiece a ejecutarse la pena. Los trámites se llevarían a cabo en lo que a partir de entonces será su casa-prisión.
Hasta los propios kirchneristas creen que la Justicia (y cuanto dependa del Gobierno) no le facilitará esa deseada locación simbólica para escenificar el lanzamiento de la campaña “Cristina libre”. En la Casa Rosada prevén “un día de tensión en tribunales”, para lo cual empezarán a planificar un “superoperativo de seguridad”, al mismo tiempo que harán todas las gestiones necesarias y posibles para evitarlo. Por lo menos, en Comodoro Py. No quieren un cortejo histórico que una Constitución con Retiro.
Aunque eso no cancelaría la manifestación. La necesita y a ella apuesta todo el cristicamporismo para recuperar centralidad en la escena nacional por mejores motivos que una condena por corrupción y, más domésticamente, pero no menos importante, para sentarse a discutir con sus rivales internos desde una mejor posición el armado electoral para los comicios bonaerenses de septiembre, que el tsunami de la condena firme puso en pausa.
Más allá de la magnitud que pueda alcanzar la movilización, que tiene en vilo al Gobierno tanto como a la política toda y que es el desvelo del peronismo bonaerense, han pasado mucho tiempo y demasiadas cosas puertas afuera del kirchnerismo, pero sobre todo puertas adentro, desde aquel 13 de abril de 2016, en Comodoro Py, cuando hacía solo cuatro meses que la exbipresidenta se había despedido de la Casa Rosada ante una Plaza de Mayo desbordada de militantes.
Cristina Kirchner no tenía aún una condena firme por corrupción, sus derechos (aunque no sus potencialidades) electorales estaban intactos, no había sucedido el catastrófico gobierno de Alberto Fernández (y de ella misma) y el perokirchnerismo no había perdido las elecciones presidenciales a manos de un outsider que hacía solo dos años debutaba en política y llegaba con el mandato de terminar un ciclo de agonía con una motosierra.
Tampoco entonces le había surgido un desafiante interno, encarnado en Axel Kicillof, quien fue su último ministro de Economía y luego su (provisional) hijo político, devenido en un rival indigerible. Sobre todo para el hijo biológico de la exmandataria, a quien ella pretende ahora ungir como un líder político, más allá de los atributos y la autoridad que pueda tener y le reconozcan para semejante misión.
La concentración prevista para el miércoles de los seguidores fieles de Cristina y de los infieles o agnósticos, que irán por resultarle una cita obligada e ineludible (muchos) y por consideración (menos), será la postal de una unidad mucho más ficcional que real.
A pesar del optimismo que se empeñaban en transmitir camporistas y cristinistas, hasta anoche quedaban muchos tickets por vender para la manifestación. Los principales dirigentes de la CGT no se mostraban particularmente activos para movilizar a sus bases, pese a las enormes presiones que recibían del cristicamporismo. Ni hablar de la mayoría de los gobernadores peronistas, que se ocupan de subrayar la distancia (física y algo más) que hay entre sus provincias y Comodoro Py o Constitución.
Cuando baje la pretendida marea de manifestantes y queden expuestas sus reales dimensiones empezará otra realidad más complicada.
En menos de una semana (según calculan en todos los campamentos del peronismo bonaerense) volverán a abrirse las discusiones electorales y de poder internas, asordinadas por el terremoto que provocó la resolución de la Corte al dejar firme la condena a seis años de prisión para Cristina Kirchner y su inhabilitación de por vida para ocupar cargos públicos.
Ya hay en el calendario una primera fecha límite que empieza a urgir. El 9 de julio vencerá el plazo para la inscripción de frentes y alianzas. Menos de un mes. Demasiado poco para la magnitud de las diferencias internas, que el fallo de la Corte no saldó. Solo las puso en suspenso. Como ocurre siempre cuando ocurre un hecho irreparable.
Hasta anoche, los más reacios a hablar de ese futuro inmediato, aunque sin dejar de reafirmar sus posiciones pretendidamente dominantes, eran los dirigentes más cercanos a Cristina y a Máximo Kirchner, en su proclamada condición de herederos universales.
“Ahora el foco está ciento por ciento puesto en organizar la masiva caravana que va a acompañar a Cristina desde su casa hacia Comodoro Py. Durante este fin de semana, mañana [por hoy] y el martes, el objetivo político ha sido trabajar para que eso sea lo más masivo posible y lo va a ser. Estamos convencidos de que esa movilización va a ser histórica. Todo el resto queda para más adelante”, admitió una de las personas más cercanas tanto a la expresidenta condenada como a su hijo.
“Después del miércoles, Axel va a cumplir con el mandato que le dio Cristina, cuando se reunieron antes del fallo de convocar a una mesa para discutir el armado electoral. Ahora estamos apoyando la movilización, a la que van a aportar los 40 intendentes de nuestro Movimiento Derecho al Futuro”, explica un colaborador del gobernador que se ciñe a las formalidades de la hora.
Sin embargo, aquella reunión, a la que la mesa chiquita del kicillofismo se aferra, ha quedado descolorida por los acontecimientos posteriores, que también debilitan el entusiasmo para salir a la calle.
No solo algunos de los más destacados camporistas han responsabilizado a Kicillof de haber precipitado la confirmación de la condena con el adelantamiento de las elecciones provinciales. También resaltaron el tropiezo del gobernador que se enredó con las palabras y evitó dar una definición cuando se le preguntó si en caso de llegar a ser presidente indultaría a Cristina Kirchner. Del creador de “medir la pobreza es estigmatizar”, llegó “indultar podría ser estigmatizante”.
Después de la elusiva declaración de Kicillof, el camporista Wado de Pedro se encargó de publicar el edicto que obligaría a cualquier peronista que eventualmente llegara en 2027 a la Casa Rosada a indultar a la expresidenta. “La primera condición es Cristina libre”, estableció el exministro del Interior de Alberto Fernández y fijó así el único lema de campaña que aceptarán.
Con ese trasfondo, el gobernador debería convocar a una mesa para definir la formación de la alianza electoral y el porcentaje que se le reconocería a los respectivos socios. En esa composición, Kicillof reclama una representación igualitaria a la del cristicamporismo y el massismo. Pero Cristina, Máximo y los suyos trabajan en la ampliación del capital accionario para licuar el activo del kicillofismo, sumando a otros sectores, incluidos algunos que hace años están en la vereda de enfrente del kirchnerismo.
La de Kicillof será una tarea titánica, aunque empiezan a aparecer voces, inclusive de importantes barones del conurbano enrolados con el gobernador, dispuestos a no ser tan intransigentes a fin de preservar sus territorios. “Al fin y al cabo son elecciones legislativas, qué importa un concejal más o menos. Es mejor eso a partirse y perder con el milei-macrismo unido”. Eso dice un estrecho colaborador de un intendente de la crucial tercera sección electoral que agrega: “No todos son [Jorge] Ferraresi o [Mario] Secco”, que encabezan la intransigencia.
En la misma línea se expresan otros acuerdistas de ocasión que esperan que el camporismo también ceda algunas posiciones, aunque no por las razones más nobles ni más optimistas. Todo lo contrario.
“Empieza a circular internamente la versión de que Máximo (y, seguramente, Cristina) terminarán haciendo todo lo necesario para cargarle toda la responsabilidad a Axel por las consecuencias del adelantamiento y que la derrota, más que previsible, sea toda suya”, dice una fuente que todavía mantiene diálogo con los dos sectores.
La previsión de una derrota inexorable en las elecciones bonaerenses empieza a escucharse con mucha fuerza en el panperonismo. Eso fortalece la idea de que Máximo Kirchner no terminaría siendo quien reemplace a su madre al frente de la lista de candidatos a diputados provinciales por la tercera sección electoral, la más poblada y donde el peronismo ha sido imbatible.
Mucho depende, no obstante, de la dimensión que tenga la manifestación pro-Cristina, sea en Retiro, Constitución o el Obelisco. Si es tan masiva como aspiran los impulsores, la mesura estratégica podría cambiar y reactivar la conocida voracidad cristicamporista para ir por todo y por todos.
Un horizonte de derrota electoral también vislumbra Sergio Massa, quien siente que el nuevo escenario puede beneficiarlo en su condición de interlocutor privilegiado de los distintos sectores, pero no para jugar su pellejo electoralmente en esta instancia. “Sergio lee que esto viene feo y se va a cuidar. No va a ser candidato ahora”, dice un dirigente que lo conoce demasiado.
El exministro de Economía tiene la mira puesta en 2027, pero trabaja para retener espacios y, si es posible, sumar alguno más ahora para su sociedad de responsabilidad limitada conocida como Frente Renovador. Además, busca expandir las fronteras. Varios dirigentes conocidos de su espacio están recorriendo las provincias apoyando a candidatos locales y difundiendo un plan de gobierno que es una versión renovada de su programa presidencial de 2023. Habrá que ver si ahora sí su libro dejar de ser inédito.
Massa y los suyos se ilusionan con tener una sobrevida más, basada no solo en su inveterado optimismo y resiliencia, sino también en el impacto negativo de la política económica de Javier Milei y Luis Caputo en la economía real de sectores medios y empresarios nacionales. Monitorean casi con fruición la caída en el consumo masivo, el impacto del dólar barato en la producción y en el empleo y la dificultad del oficialismo para acumular reservas.
En el Gobierno, en cambio, se esperanzan con la pérdida de potencial electoral del perokirchnerismo con la salida de juego de Cristina Kirchner, aunque la condena pudiera darle una nueva centralidad y generar algún reagrupamiento y participación de sectores que alguna vez votaron a ese espacio y que se habían retraído.
Los hermanos Milei y Caputo confían en el vaso medio lleno de los indicadores económicos, empezando por la inflación que, al fin, perforó el duro piso del 2% mensual, y la caída de la pobreza. También los envalentona la reinstalación del pasado que muchos argentinos rechazaron hace dos años, luego de que la Corte Suprema dejó firme la condena contra Cristina Kirchner por corrupción. Y no será la única causa que este año volverá al primer plano.
Mientras tanto, todos están en suspenso hasta el miércoles.