n la Argentina no se han visto cisnes negros desde hace tiempo, en parte por cierto grado de recursividad histórica y, por otra, porque algunos hechos, aunque entrañen cierta novedad, son posibles y hasta bastante probables. Las dinámicas políticas y económicas recientes, por caso, pueden pensarse desde esta óptica.
Una lectura de los nuevos liderazgos políticos a escala mundial brinda el contexto más amplio. La tendencia a la fragmentación social, el desapego a las promesas republicanas y a conflictos internacionales alimentan el avance de poderes ejecutivos disruptivos que atiendan algún aspecto relevante de los electorados.
En nuestro país nos encontramos con un panorama que, a grandes rasgos, replica reclamos sociales vistos en otras latitudes, a lo cual se suman los derivados de los efectos de las propias crisis económicas. Durante la campaña, a medida que el deterioro económico se agudizaba, crecía la probabilidad del triunfo de un outsider que proponía cambios radicales por sobre otros más identificados con gobiernos previos. Bajo esta lógica, su triunfo ya no era algo imposible ni tampoco se trataba de un cisne negro.
Apenas asumido como gobierno, sorprendió que las reformas prometidas no se intentaron aplicar en etapas, tal como se había dicho en campaña, sino todas de inmediato y sin un equipo proporcional al desafío. La primera se reducía a lo urgente e incluía lo fiscal, monetario y financiero, la reforma del Estado, la tributaria y laboral. Dado este giro y el hecho de que gran parte se condensaron en solo dos iniciativas legales de casi mil artículos era altamente probable que tuvieran un serio traspié.
La realidad se impuso y, en aras de cultivar el futuro, convendría pensar en lo ocurrido como una oportunidad para pensar otro país a partir de algunos consensos básicos. En otros términos, lo que surja sería el resultado de la iniciativa transformadora del Poder Ejecutivo con el balance requerido por la sociedad a través de sus representantes y la Justicia.
En lo referente a la política macroeconómica, también sufrió un choque con la realidad. Los inesperados éxitos en materia monetaria, financiera y cambiaria, cuya sustentabilidad está bajo fuego, contrastan con los impactos socioeconómicos negativos debido a omisiones, dilaciones o errores de las medidas económicas aplicadas en las primeras semanas. Salvo otra explicación, al aplicarse el shock iniciado con la devaluación, la liberalización de precios y el ajuste del gasto público, no se previó una política de ingresos que contemplase el mecanismo con que ajustarían los mercados no competitivos y pautas claras y razonables de mejora de los ingresos ( salarios, jubilaciones, otros) para los primeros seis meses del año. Esto ha puesto en duda la recuperación del consumo, de la inversión y de un boom no transitorio de las exportaciones, que son fundamentales para salir de la crisis.
De esta manera, tal como ocurrió en la política, también el realismo comenzó a imponerse. Un hecho reciente que lo ilustra son los reclamos del mismo gobierno por los aumentos de precios. Esto indican que, al menos, han reaccionado a lo obvio: de la liberalización irrestricta de mercados no competitivos deben esperarse comportamientos abusivos y, en los competitivos, errores de expectativas que el mismo mercado resuelve con el tiempo. Un realismo bastante exótico es la reserva de mercados para algunas empresas, que constituye la antítesis más cruda al enfoque económico que se intenta aplicar.
En conclusión, las extraordinarias iniciativas oficiales fueron acompañadas por errores conceptuales e instrumentales, tanto jurídicos como económicos. Su corrección permitiría formular expectativas más positivas, de manera tal que la frágil estabilidad actual se convierta en la plataforma de una economía competitiva, socialmente inclusiva y territorialmente equilibrada. En otras palabras, y siguiendo el pensamiento alberdiano, pasar de una revolución idealizada a un cambio posible.
Director del Instituto de Investigación de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales