Esta naturalización del transgenerismo explica la explosión de casos que se viene verificando en los últimos años. Pero un hecho muy relevante y de alto impacto acababa de irrumpir en este panorama. De pronto, las inquietudes y objeciones expresadas por muchos tienen correlato y respaldo científico, con la publicación del Informe Cass, uno de los más contundentes en exponer los extravíos del transgenerismo. Esta “Revisión independiente de los servicios de identidad de género para niños y jóvenes” fue encargada por el gobierno inglés.
En realidad, no es el primer estudio que cuestiona la idea de que la transición de género es un juego de niños, o el disparate de que los menores están en condiciones de expresar con claridad su “identidad de género”, separada de su genitalidad, y de que el único camino es afirmarlos en esa “autopercepción”.
Los países pioneros en transición de género -hormonal, quirúrgica y legal- ya están revisando las prácticas excesivamente liberales que admitían hasta hace poco; así lo han hecho Suecia, Finlandia, Noruega y ahora Inglaterra.
Uno de los argumentos estrella del transactivismo es que los adolescentes que padecen de disforia de género deben ser apoyados por sus padres en su transición y nunca contrariados, ya que hacerlo los empujaría al suicidio. Se ejerce sobre los padres un chantaje emocional: ¿qué prefieren: un hijo trans o un hijo muerto?
Pero el 17 de febrero pasado el British Medical Journal publicó un estudio realizado en Finlandia por espacio de 20 años, de 1996 a 2019, que muestra que, aunque la tasa de suicidios entre los adolescentes y jóvenes que experimentan incongruencia de género es más elevada que la media, ello puede deberse a otros factores, ajenos al impedimento de transicionar: uno es que la mayoría sufre de otros desórdenes -depresión, anorexia, trastornos del espectro autista, etc-. El estudio también demuestra que la cirugía de reasignación de sexo no desemboca en la disminución de esa tasa de suicidio.
Otro argumento muy meneado por los activistas transgénero es que los efectos de los bloqueadores de pubertad, además de ser inocuos, son perfectamente reversibles. En el documental ¿Qué es una mujer?, una pediatra explica con total soltura que dar bloqueadores es como frenar la reproducción de un DVD: ponemos pausa, se detiene, ponemos play, vuelve a arrancar.
Sin embargo, un estudio dirigido por el genetista Nagarajan Kannan, de la Clínica Mayo, publicado en marzo pasado, (“Puberty Blocker and Aging Impact on Testicular Cell States and Function”) indica que los bloqueadores de pubertad tienen efectos sobre la salud y no son reversibles. Por ejemplo, entre los adolescentes varones, generan atrofia testicular, comprometiendo su fertilidad futura.
Pero un golpe decisivo a la irresponsabilidad de los promotores de estos tratamientos en menores lo propinó el Informe Cass, publicado el 9 de abril pasado. Es una revisión de cómo encara el Servicio de Salud Inglés (NHS) el tratamiento de menores con disforia de género, dirigido por Hilary Cass, ex presidente del Real Colegio de Pediatría, con la cooperación de la Universidad de York. Iniciado en 2020, se extendió por 4 años.
Una consecuencia inmediata del informe es que, por decisión del gobierno, ya no se dará bloqueadores de pubertad a los niños, salvo en contexto de estudios clínicos; su disforia será tratada con psicoterapia. Decisión tomada a partir de la inquietante constatación de que las evidencias que han servido hasta ahora para justificar el uso de bloqueadores y hormonas para masculinizar o feminizar el cuerpo son absolutamente insuficientes. Más aún, los intentos “por mejorar la base de evidencia se han visto frustrados por la falta de cooperación de los servicios de género”.
El Informe Cass hace un poco de historia recordando que cuando se creó el Servicio de Desarrollo de Identidad de Género (GIDS, por sus siglas en inglés), en 1989, se “atendía a menos de 10 niños al año” y “el enfoque principal era terapéutico, con solo una pequeña proporción derivada para tratamiento hormonal alrededor de los 16 años”.
Todo esto cambió con la aparición de un Protocolo Holandés que promocionaba la “intervención temprana”, o sea, el uso de bloqueadores de pubertad. Sin embargo, “los resultados preliminares del estudio de intervención temprana en 2015-2016 no demostraron beneficios”. Y aunque “no hubo resultados positivos mensurables”, desde el año 2014, en el Reino Unido, “los bloqueadores de la pubertad pasaron de ser un protocolo de investigación a estar disponibles en la práctica clínica de rutina y se administraron a un grupo más amplio de pacientes que no habrían cumplido con los criterios de inclusión del protocolo original”.
Es decir que, pese a la poca evidencia, se siguió aplicando el protocolo con pretensión científica. “La adopción de un tratamiento con beneficios inciertos sin un mayor escrutinio es un alejamiento significativo de la práctica establecida”, dice el informe.
Lo que cabe subrayar entonces es que todos los tratamientos hechos hasta ahora con bloqueadores de pubertad han sido experimentales. Se ha estado experimentando con menores.
Otra conclusión importante del Informe Cass es que “el sentido de identidad de los jóvenes no siempre es fijo y puede evolucionar con el tiempo”. “Los clínicos nos han dicho que no pueden determinar con certeza qué niños y jóvenes tendrán una identidad trans duradera”, señalan.
Una constatación que aconsejaría prudencia. “Nuestra comprensión actual de los impactos a largo plazo de las intervenciones hormonales es limitada”, advierten.
Según las conclusiones del Informe Cass, todos los tratamientos aplicados hasta ahora con bloqueadores de pubertad han sido experimentales. Se ha estado experimentando con menores
También señalan algo lógico: que “muchos clínicos” tienen dudas acerca de “su capacidad y competencia” en el tema y “algunos tienen miedo dado el debate social que los rodea”. Los profesionales de la salud se sienten presionados por las autoridades y por el transactivismo, en el sentido de que ante estos casos sólo cabe la reasignación de género.
Ya en 2022, la Revisión dirigida por Hilary Cass resaltó “las grandes lagunas y debilidades en la base de investigación que respalda el manejo clínico de niños y jóvenes con incongruencia y disforia de género”, en especial, por lo poco que se sabe sobre los resultados a mediano y largo plazo de los tratamientos.
“Las lagunas más significativas están relacionadas con el tratamiento con bloqueadores de la pubertad”, dice Cass. “El desafío consiste en determinar cuándo se alcanza un punto de certeza sobre la identidad de género en un adolescente que se encuentra en un estado de maduración, desarrollo de la identidad y fluidez”, agrega.
Se desconoce en profundidad el rol que juegan las hormonas sexuales en el desarrollo de la identidad sexual, por lo tanto no puede afirmarse con certeza que “pausar” este desarrollo no tenga consecuencias en la conformación de la identidad sexual. Es decir, no puede saberse si, en vez de ganar tiempo para tomar una decisión, no se está condicionando esa elección.
Cass considera imprescindible más investigación y propone foros de discusión y de ética para los “casos complejos” o “cuando haya incertidumbre o desacuerdo”; y “una auditoría nacional”, entre otras cosas.una serie de salvaguardas que permitan tratar el tema con la seriedad y el rigor científico que merece, por involucrar la vida y el bienestar futuro de las jóvenes generaciones. Huelga decir que todo esto debería implementarse también en la Argentina.
Infobae